(A Manuel Ignacio Pereyra, in memoriam y Guillermo Gómez, curas de pueblo serrano.)
Mientras se revestía con los ornamentos sagrados para celebrar la Misa miró a la monja josefina de indefinible edad construida de espinillo y alambre conocida como Madre Ignacia que lo ayudaba en tales menesteres y con una sonrisa irónica casi imperceptible bailando en la comisura de la boca, le advirtió:
—Hermana, trátelo bien a este amigo, mire que es el hijo del Obispo.
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Un cuento de Juan Carlos SánchezPublicado en http://enocasionesdepiedra.blogspot.com/
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