A la Iglesia siempre la han dañado más las peleas internas que los enemigos externos. Las luchas y divisiones entre cristianos, a lo largo de su historia, la han debilitado más que cualquier persecución de afuera, y las disputas intestinas por celos y envidias le han hecho perder más credibilidad que cualquier otra debilidad de su vida.
Por el Padre Ariel Alvarez Valdés
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