Incluso cuando un paciente ha muerto clínicamente, como lo indica la ausencia de todo signo de vida, debemos permanecer humildes ante el misterio de la creación de Dios, y no presuponer saber con certeza el momento exacto en que el alma ha dejado el cuerpo.
Por el Obispo Joseph E. Strickland y Joseph M. Eble, MD
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