Ante todo para ellos, que deben cuidarse de no ser destinatarios pasivos de todo lo que les presentan, ni víctimas de falsos liderazgos que los instrumentalizan.
Por Mons. José María ArancedoArzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
El mes de Septiembre, mes de la primavera, es también el Mes de la Juventud. La juventud es sinónimo de vida, de proyectos y de esperanza. No es posible hablar de ella sin pensar en el futuro; en ella hay algo que está naciendo en cada una de sus opciones. El Papa Juan Pablo II, al referirse a los jóvenes, les decía que ellos están llamados a ser los: “centinelas del mañana”. Qué linda imagen, pero cuánto compromiso encierra esto para los jóvenes, y también para la sociedad.
Ante todo para ellos, que deben cuidarse de no ser destinatarios pasivos de todo lo que les presentan, ni víctimas de falsos liderazgos que los instrumentalizan; por el contrario, deben convertirse en protagonistas de su futuro a partir de sus propias opciones e ideales. Esto implica tener un horizonte de valores y metas que orienten su vida, junto a una actitud crítica que les permita tomar distancia de aquello que no esté en línea con sus ideales. Aparecida dice que los jóvenes: “Tienen capacidad para oponerse a las falsas ilusiones de felicidad y a los paraísos engañosos de la droga, el placer, el alcohol y todas las formas de violencia” (Ap. 442). Desgraciadamente viven en un mundo manejado por adultos con la sola preocupación de ganancia económica. Incluiría en este panorama el avance de una cultura del juego, que crece con la aceptación sin discernimiento de los responsables del bien común.
Por ello que es también responsabilidad de la sociedad, desde sus estructuras sociales y educativas como políticas y medios de comunicación, crear las condiciones de un ámbito cultural que permita un desarrollo integral de los jóvenes. En esto ocupa un lugar destacado la ejemplaridad del adulto que, con su presencia y testimonio de vida, es la mejor escuela y universidad para ellos. Es lamentable ver el éxito junto al acompañamiento comercial de programas de nuestra televisión, al que todos llaman basura pero nadie con autoridad política se siente responsable de poner límites. Esto nos habla de un país que presenta, lo digo con dolor y me incluyo, un déficit cultural como una falta de responsabilidad en su dirigencia. A pesar de ello, sin embargo, es posible pensar desde los jóvenes un mundo nuevo.
Este era el mensaje que Juan Pablo II le repetía a los jóvenes, “tenemos que crear un mundo nuevo”, les decía, al que él llamaba la civilización del amor. Un mundo que se aparte de la mentira y la violencia, del egoísmo y la injusticia, de la droga y el negociado; un mundo, agregaba, que crezca en la búsqueda de la verdad y el compromiso con el bien, que se exprese en lazos de solidaridad y de amistad para vivir la alegría del don de la vida. Este mundo es posible, queridos jóvenes, porque es el mundo que nos predicó Jesucristo. El nos llama para ser sus protagonistas y creadores. Que este Mes de la Juventud sea el comienzo de algo nuevo en el corazón de ustedes, que es el único camino para un cambio real y en paz de la sociedad.
Reciban de su Obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor Jesús y en Nuestra Madre de Guadalupe.
Escríbanos a ed.dia7@gmail.com
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