No
podemos quedarnos tranquilos porque pedimos más sacerdotes, sino preguntarnos
si creamos esas condiciones, si valoramos para nuestros hijos y en nuestras
comunidades el llamado al sacerdocio como un don de Dios, como camino de
plenitud para ellos y de servicio a sus hermanos.
Por
Mons. José María Arancedo
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